Actualmente estudiante de Administración de Negocios, Universidad EAFIT, séptimo semestre.
Definitivamente lo que más recuerdo de mis años en el colegio fue el “tristemente célebre” inconveniente que se presentó a finales del año 2008 y que culminó con una tutela hacia la institución, la cual, aunque pocos lo sepan, me fue concedida otorgándome nuevamente el cargo de Personero y permitiéndome, también, recibir mis grados por acto público y aprobar Disciplina.  Aún algunos recuerdan como, entre gritos y ovaciones, muchos de los estudiantes de la Institución apoyaron un discurso, algo improvisado y subido de tono (todo hay que decirlo), en el cual manifestaba mi descontento con los procesos que se llevaban a cabo en la institución, con las medidas que, a mi parecer, habían sido mal “administradas” por las directivas y muchos otros elementos de los que, gracias al ejercicio de mi cargo público, pude enterarme en ese último año de estudios. Lo que determinó en última instancia, que me arrojara a dirigir esas palabras, había sido mi destitución de tal función bajo un “debido proceso” poco claro, y  además que, aun no siendo el canal más idóneo, vi en aquella oportunidad la única manera de defenderme de las acusaciones que se hacían sobre mí, de dejar en claro que, aunque obstaculizada, mi gestión como representante de los estudiantes no dio tregua en ese año de labor pública.
Por otro lado, inolvidables mis diez años en el colegio, inolvidables, muchachos. No podré olvidar el profesionalismo del inspirador “Profe Fabio”; el revolucionarismo y amor, que tanto me influenció, de la incansable Lucelly; las peleas con María Erleny, una mujer con la que difiero ideológicamente en casi todo, pero a la que hay que reconocerle que es la más tesa en lo que hace; la profe a la que le debo mis habilidades comunicativas (orales y escritas) y mi amor por el estudio: Beatriz; la apasionada, y verdadera maestra, Rubiela; el apoyo incondicional de Gilma; la palmada, y los exámenes, que casi me cuestan el bachillerato de Horacio; la hermana que siempre creyó en mí: LuzMa; la antigua rectora, Luz Dary, con su juventud anacrónica; el omnipresente, útil, poco valorado e incansable Don Hernán; el amigo de toda mi vida: Palacio y decenas y decenas de amigos, profes y personajes que inundaron nuestros años mozos de experiencias y vivencias; que se nos atravesaron en el camino para cambiarnos la vida. Tengo a mil personas en mi cabeza y espero que entiendan que el espacio es reducido para mencionarlas a todas, pero que sepan que siempre se les recordará (María del Cármen, Luz Dora, la profe de primaria (la de los “Polluelos”), Marielita, el profe Jorge de primaria, Ledys, entre mucho más).
Aprovecho para agradecer que mi vida es, de alguna u otra manera, lo que la Madre Laura me enseñó. A veces lamento en gran medida que diez años de éxitos académicos y experiencias enriquecedoras, en las que mi jornada en el colegio era de 12 horas como mínimo, hayan quedado opacados por una serie de eventos desafortunados de unos pocos meses. Jóvenes, medio colegio odiándome, la mitad de los profesores, la mitad de los padres de familia, media promoción, después de que había sido el mejor alumno, el mejor compañero. Yo siempre fui, modestia aparte, no el estudiante más inteligente de mi generación, pero sí el más activo, el más reconocido, el de mejor desempeño y, en un ambiente de rivalidades, perdí el horizonte de lo que es ser estudiante de un colegio, me estresé, me enfermé, sufrí demasiado y me cai con medio mundo; como si te arrebataran todo aquello que construiste en tu vida en unos pocos segundos. No me arrepiento de haber sido personero, como sí lo manifesté ese día frente a todo el colegio en medio de los gritos propios de un animal herido, pero sí que lamento que ese año haya limitado mis posibilidades de disfrutar el último año con mis amigos de toda la vida y, como cualquier joven, hacer las locuras propias del año Once. Me duele tanto el nunca haber tenido tiempo de despedirme de mis profes queridos, de aclarar mi malestar y mi posición; siento que salí por la puerta de atrás de un sitio que constituyó mi vida durante mucho tiempo. Eso es imperdonable.
Mi consejo, muchachos que no conocen ni a una de las personas que acabé de mencionar, es que disfruten el colegio, los actos cívicos, las tareas, la salida a las “banquitas”, los amigos, las peleas, las risas. Es una sola vez, una sola oportunidad para sacarle el máximo provecho a todo eso que nos ofrece la vida; la Universidad, el trabajo o la familia no son para nada eso, es competencia, conflictos, amigos interesados o pasajeros, es uno solo contra el mundo. Finalmente, estudien, estudien que para eso son esos años (y se los digo yo que pasé a la UdeA, a la Unal, quedé de 44 en el Icfes y me gané una beca para estudiar en EAFIT) pero nunca, nunca, olviden que  son jóvenes y que esos años no vuelven jamás, son irrecuperables. Mis mejores deseos y así no conozca ni a un tercio de ustedes, se les quiere por lo que representan.